Post — 17 de julio
El otro día me sentía abrumado y fui a Filipenses buscando consuelo. Me topé con dos versículos que ya conocía:
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filipenses 4:13)
Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad de ustedes conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. (Filipenses 4:19)
Pero algo me hizo detener. ¿De verdad creo eso? ¿Si creo, por qué me siento así?
Entonces me fijé en el contexto. Pablo no está hablando de éxito o estabilidad económica (como algunos concluyen por costumbre). Habla de aprender a vivir con mucho y con poco, dependiendo completamente de Cristo. No de empoderamiento, sino de confianza en medio de cualquier circunstancia.
Y ahí fue cuando el resto del capítulo me pegó aún más fuerte
¡Regocíjense en el Señor siempre! Otra vez lo digo: ¡Regocíjense! Su amabilidad sea conocida por todos los hombres. ¡El Señor está cerca! Por nada estén afanosos; más bien, presenten sus peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús. (Filipenses 4:4-7)
Eso es lo que necesito. No respuestas rápidas. Sino paz. No control. Sino descanso en la voluntad perfecta de Dios.
La mala teología nace de un corazón que está más preocupado por sí mismo que por el corazón de Dios.
Cuando busco en la Biblia respuestas que solo alimenten mis temores o deseos, corro el riesgo de perder de vista al Dios que ya ha sido fiel, y que sigue proveyendo —a su manera perfecta, en su tiempo y con su sabiduría.
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